VIAJERO DE INVIERNO
- rrpprevista

- Nov 27
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por Sebastián Napolitano
Schubert escribió Winterreise en 1827, el último año de su vida y representa una suerte de testamento. Según contaba uno de sus amigos, interpretó (“con mucha emoción en la voz”) el ciclo completo en una reunión. Sus amigos se mostraron desconcertados. Estas canciones, les dijo Schubert, me gustan más que todas las otras y llegará el día que a ustedes también.
En Winterreise, cada lied es nuevo, como la azarosa marcha del viajero y como el curso de todo viaje cuyo trayecto se improvisa en el momento. No hay reelaboración de materiales, no hay variaciones. Solo la marcha. Un Fremd. Un desconocido, un extranjero sin nombre ni cara. De la mujer de la que habla, solo sabemos que es rica y que su madre hizo alguna vez planes de matrimonio. El clima es contenido y la música empuja al viajero al abismo de la ironía y la amargura.
Toda alegría en Winterreise es ilusoria. Todo alivio de la decepción, un espejismo. Algún día, los sentimientos que describe se habrán alejado por completo de nuestra sensibilidad: La vulgaridad de la obsesión por la muerte, el desborde romántico de la subjetividad, las poesías naturalistas que hablan de flores y ríos congelados. Todo conspira para que rechacemos las delicadezas que hay en esta música. Sin embargo el encanto de Winterreise, como el de los vitrales de las catedrales medievales, permanece. ¿Por qué? Es un pequeño universo lleno de matices, exactamente lo contrario a la muerte donde todo se mezcla y permanece indiferenciado.
Solo escuchen la primera de las canciones: Gute Nacht. La repetición de los acordes, los pasos del caminante. Una marcha, una transición. La escena de una película que nos muestra sin explicarnos nada. No hay introducción, no hay preludio. Un cuento que empieza diciendo “buenas noches”. Jamás habrá una música que nos haga sentir el frío de la tumba como Der Leiermann. El viajero se detiene a escuchar a un organillero. La manivela gira y la muerte se acerca.//RR.PP.


